CAPITULO VII
B.- LA INTELIGENCIA.-


Si nuestra enseñanza ha de ser eficaz para el cultivo de la conducta, es preciso dirigir al alumno en la adquisición de inteligencia. Hace muchísimo tiempo que un maestro cristiano preguntó a un ávido investigador. ¿Entiendes o que lees? He ahí una pregunta que siempre es oportuna para aquellos que se preparan para enseñar las Santas Escrituras. Urge que ayudemos a nuestros alumnos en la comprensión de lo que se lee, de lo que se dice y de aquellas cosas más profundas de los Escritos Sagrados.

Como esas cosas son a menudo más o menos profundas, quizá se requiera una variedad de actividades antes de que sea posible tener una clara inteligencia del asunto. El maestro suele descansar demasiado a menudo en una simple definición o declaración o experiencia, para finalmente descubrir que el alumno ha comprendido el asunto de una manera errónea o incompleta. ello se debe en buena parte al hecho deque hay alumnos demasiado tímidos para preguntar, y así dejan de formarse una adecuada idea de aquello que desean entender.

Se requieren muchos tipos de actividades para desarrollar la inteligencia y la generalización. Además, cada nueva experiencia tiende a modificar las precedentes concepciones.

Un inspector departamental de escuelas visitó una vez, en compañía de un amigo, una escuela para indios. Con tal motivo, el maestro mandó formar a los niños para presentarles los visitantes. Al amigo del inspector lo presentó como el doctor X. Un indiecito, cuando oyó la palabra “doctor”, comenzó a llorar a voz en grito. Luego se supo que poco antes de eso, un médico escolar había venido a la escuela y vacunado a todos lo niños. Por eso, cuando el indiecito oyó al maestro llamarle al visitante “doctor”, pensó enseguida que era uno que hacía cosas dolorosas en los brazos de los niños. Sin embargo, ahora ya podía modificar su anterior generalización, la cual pudo haber expresado así: Los doctores son hombres que lastiman a los niños en los brazos.

Los tipos de actividades más comúnmente utilizados para el desarrollo de la inteligencia, pueden denominarse enseñanza objetiva. Estos son: los cuadros o figuras, la conferencia, la discusión, los debates, la dramatización, la lectura, la solución de problemas y los varios tipos de expresión creativa. La mayor parte de éstas representan actividades que el maestro de escuela dominical puede emplear fácilmente. Este, al hacer planes de las actividades para el desarrollo de la inteligencia, debe cuidar de ver que la actividad que haya seleccionado no sea demasiado complicada, a fin de que el alumno pueda hacerla fácilmente. Para eso, la sencillez y la claridad han de ser la constante finalidad del maestro. Este debe planear las actividades de tal suerte que contengan cierto número de elementos que le sen familiar al alumno. ¿A que se parece esto?, es poco más o menos la primera pregunta que uno se hace cuando se dispone a considerar alguna cosas o una idea que entrañe inteligencia. ¿Para qué es? ¿De donde provino? ¿Resultará eficaz? Tales son las preguntas que indican la necesidad de suministrar elementos familiares cada vez que un nuevo caso lo requiera.

El Maestro de los maestros reconoció la necesidad de utilizar las situaciones que les eran familiares a sus oyentes para el desarrollo de la inteligencia o la compresión de las importantes verdades que El quería enseñarles. Y así hizo frecuente uso de la forma parabólica.

“El reino de los cielos, dijo, es como un hombre que parte para un país lejano…”

Pero le dijo: “¿Cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le perdonaré?” A lo que respondió Jesús: “Hasta setenta veces siete”. Luego les explicó el verdadero sentido del perdón, diciendo: “El reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos…” (Mateo 18: 23-35)

Al seleccionar las lecturas para el cultivo de la inteligencia el maestro debe cuidar de que no contengan un lenguaje difícil. En muchos casos se ha dado por sentado que el lenguaje usado por el maestro ha de ser comprensible para el alumno, llevado del hecho de que es perfectamente inteligible para él. Afortunadamente, ahora es posible utilizar muchos catálogos de obras de lecturas que contienen sugestiones referentes a los tipos de lectores a que están destinados.

Tanto el maestro como el alumno deberían tener muy en cuenta el objeto de la enseñanza, y por lo mismo, el maestro deberá –cuando fuere necesario- dar las pertinentes directivas específicas. Si se trata de una lectura sugerida, sebe hacérsele saber claramente al alumno la razón por que se lee particularmente ese relato o pasaje escritural. Si con ese motivo se suscitase una discusión, el asunto principal deberá mantenerse en el primer plano en todo momento. Muchas apasionadas discusiones han resultado prácticamente inútiles como actividades estudiantiles, sencillamente por haber permitido que siguiesen un rumbo cualquiera, dictado por el capricho.

Deben concederse amplias oportunidades al alumno para el ejercicio de su iniciativa personal. También ha de estimularse a la práctica de expresarse como a él le plazca. Hay muchos alumnos que carecen de la aptitud de expresarse con facilidad, ya al hablar, ya al escribir. Pero esto no quiere decir que no tengan cultivada inteligencia, sino que acaso tengan alguna otra manera de expresarse que deba estimularse. ¿Pueden pintar o dibujar? ¿Pueden escribir una poesía? ¿Pueden coleccionar ejemplares de cosas raras? ¿Pueden tomar parte en una producción dramática? Sean cuales fueren los medios que se tengan a mano por los cuales el alumno pueda dar expresión a su inteligencia de la verdad que haya de aprender, el maestro debe percibirlo y estimularlo.