CAPITULO 7.-
C.- ACTITUDES.-


El cultivo de apropiadas actitudes es la cúspide de la buena enseñanza. Esto requiere actividades de todos los tipos antes mencionados. Envuelve también adecuadas actividades mediante las cuales el estudiante tenga oportunidad de repetir situaciones en las que la deseada actitud. También es estímulo la lectura que hable de personas que hayan mostrado actitudes recomendables al hallarse en situaciones que pueden interpretarse fácilmente. Sin embargo, una persona no adquirirá ni cultivará una actitud, salvo que se le dé una oportunidad para expresarla.

En cierta escuela se dio gran importancia a la idea de enseñar a los alumnos “a emplear dignamente las horas libres”. Hablaron de ello los maestros, lo apoyó calurosamente el director, y los padres de los alumnos se mostraron entusiasmados. Por lo que hace a los alumnos, se regocijaron ante las perspectivas de brindárseles a todos la oportunidad de hacer verdaderas maravillas, dignas de las horas de ocio. Pero fracasaron en desarrollar un sano discernimiento o hábitos apropiados durante esas horas libres. ¿La causa? No es difícil hallarla, hela aquí: no se les había concedido un solo momento para hacer lo que les diese la gana, y así no pudieron aprender a usar las horas libres, por no habérseles dado ninguna oportunidad para ello.

Otro tanto ocurre con las actitudes cristianas que el maestro de escuela dominical procura inculcar. ¿Le gustaría a éste que sus alumnos adoptasen una actitud simpática para con ellos que se encuentran angustiados? Entonces háblales de alguien que se halle pasando por alguna angustia, y por el cual puedan hacer algo. ¿Le gustaría alguna oportunidad que aprendieses a cooperar con otros?- Bríndeles o utilice alguna oportunidad que les permita trabajar juntos en una actividad común. ¿Le gustaría enseñarles a ser reverentes? Proporcióneles entonces oportunidades en que puedan experimentar y manifestar reverencia.

Los maestros a menudo se interesan tanto en los detalles de la enseñanza, que las actitudes que motivan la conducta se las pasan por alto. Jesús tuvo presente algo de esto cuando fustigó a los escribas y fariseos con una de las más severas expresiones que brotan de sus labios: “Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque diezmáis la menta, el eneldo y el comino, y habéis omitido lo más grave de la ley, el juicio, la misericordia y la fe, esto debíais hacer, sin omitir aquello” (Mateo 23:23)

Las actividades deben ser progresivas. A medida que el alumno progresa, las actividades docentes deben ser más complejas y variadas. Ocuparse en las mismas cosas, y siempre en la misma forma, cada domingo, resulta tedioso e ineficaz. Tal es, sin embargo, la práctica que caracteriza a una multitud de escuelas dominicales. El recuerdo de la familiar escena de los viernes de tarde en las escuelas rurales de hace una generación, está fuertemente grabado en nuestra memoria. Era costumbre recitar, los viernes de tarde, poemas, ensayos o discursos, aprendidos de memoria para tal ocasión. esa práctica servía de recreo y de oportunidad para ejercitarse los alumnos en el arte de hablar en público. Más de un brillante orador atribuye su éxito a la costumbre de “recitar discursos” los viernes de tarde. Los alumnos de esas escuelas rurales aprendían de buena gana discursos de cuando en cuando, y de esa forma enriquecían su acopio de conocimientos literarios y fortalecían su fuerza de expresión.

No era raro, sin embargo que hubiese algún muchacho que se limitara, por lo general, a decorar alguna estrofa o estancia. Y así, sucedía que una y otra semana, después que sus discípulos recitaban “sus nuevos discursos”, como ellos decían, pasaba él adelante y repetía el mismo estribillo, con el mismo sonsonete. Como puede comprobarse, ese alumno no progresaba, a causa de repetir siempre la misma cosa.

Las actividades, si queremos que ayuden al alumno a aprender, han de contribuir al aumento de su interés y de su esfuerzo. En otras palabras, han de ser progresivas. Planear y dirigir esas progresivas actividades, es lo que constituye el alma de la función del maestro.