CAPITULO 7.- INTRODUCCIÓN
LOS MAESTROS DEBEN OFRECER A SUS ALUMNOS ADECUADOS MEDIOS DE APRENDER

El progreso, ya en conocimiento, ya en conducta, no tendrá efecto meramente porque el maestro y el alumno estén ocupados en alguna actividad. Las actividades deben tener sentido y propósito. Pero el sentido y el propósito deben ser claros e inconfundibles para el maestro y el alumno. Es deber del maestro cuidar que los propósitos perseguidos sean claros, que el sentido de las actividades en que se hallen ocupados y el asunto utilizado sean correctamente entendidos. Para asegurar esta deseada inteligencia, se requiere atención y pesquisa cuidadosa por parte del maestro. Llevado del hecho de que estudian las lecciones que se les han asignado, es probable que el maestro llegue a sentirse tentado a pensar que sus alumnos poseen clara comprensión de los fines o propósitos de sus estudios y actividades. Pero la experiencia nos enseña que el ocuparse, aún por mucho tiempo, en algo, no supone, en manera alguna, clara compresión de los profundos sentidos que ello envuelve.

Es probable que el lector esté familiarizado con la graciosa anécdota del viejo revisor de ruedas de coches ferroviarios. Este, llegado que hubo a los setenta años, se jubiló. Con ese motivo, le ofrecieron un banquete en su honor presidido por el jefe de tráfico. Llegado el momento de los brindis, el jefe pronunció uno muy elocuente, en el que colmó de elogios al viejo servidor, llamándole “el más fiel y leal empleado, que, debido al esmero e inteligencia con que había desempeñados sus deberes, millares de pasajeros habían podido viajar con entera seguridad”.
Después del elogioso brindis, el jefe, le preguntó al agasajado si tenía algo que decir, -sí- dijo-, siempre he sentido viva curiosidad por saber una cosa, algo que nunca he podido comprobar. –Pues dígala usted- repuso el jefe- que si le podemos explicar lo que desea saber, lo haremos con mucho gusto. – Bueno- dijo el anciano- he sentido gran curiosidad, por casi cuarenta años, por saber por qué cada vez que entraba un tren en la estación, yo tenía que golpear las ruedas de los coches.

Un error semejante a éste se comete con mucha frecuencia, cual es el de suponer que porque el maestro entiende perfectamente una materia o un propósito, que también lo ha de entender el alumno. Pero ello no es así, sino que ha de tomarse en cuenta su edad, su experiencia y preparación.

Si, el estado mental y espiritual del alumno, así como su progreso ha de tomarse constantemente en consideración. Esto es perfectamente evidente, y por lo mismo gozará de general aceptación. Sus implicaciones y relaciones no son, sin embargo, ni tan sencillas ni tan obvias, y con razón, desde que son tan vitales y de tan vastos alcances que constituyen el fundamento de todos los esfuerzos docentes. Por ejemplo, la disposición lógica de los hechos y de la materia puede convenir a la mentalidad del adulto, por estar disciplinada para pensar consecutivamente y ver las cosas como un todo orgánico. Esa disposición lógica, sin embargo, tiene escaso valor para los niños. Puede que esto explique el por qué los maestros que están acostumbrados a enseñar a los adultos hallen difícil enseñar a chicos. Eso exige lecciones especiales, así como especiales conocimientos sobre el trato que debe darse a esos menores.

De ahí que el orden y disposición en que hay que presentar los materiales, ha de determinarse por la forma en que el alumno aprenda mejor y con más rapidez, y no precisamente por aquella en que el maestro los dispondría para su uso particular. Eso hace necesario que muchos materiales e ideas relacionadas con determinada lección haya que omitirlos por el momento, por importantes que sean, para cuando el alumno posea más madurez de sentido. Jesús reconoció este principio cuando dijo a sus discípulos: “Aun tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar”. (Juan, 16:12)

Hay gran variedad de actividades para aprender que el maestro está llamado a dirigir. Sería difícil hacer una completa clasificación de ellas, pero para nuestro presente objeto, la que insertamos a continuación puede sernos de utilidad:

Actividades para aprender que desenvuelven la capacidad de ejecución, ciertos hábitos específicos y la pericia.
Actividades para aprender que desarrollan la inteligencia. Esto es un paso adelante.
Actividades para aprender que desarrollan el sentido del mérito y del valor, las actitudes y las apreciaciones.

Ha de resultar evidente para todo maestro que el tercer aspecto del mencionado proceso de aprender supone necesariamente los otros dos. Sin embargo, por razones de conveniencia habrán de tratarse por separado.
Vamos a ocuparnos ahora de ciertas cosas que el maestro puede hacer para dirigir cada uno de estos géneros de aprendizaje