CAPITULO 6.-
I.- SIGNIFICADO DE ESTE ESTUDIO.-


Hemos visto que el aprender es un proceso activo, que depende de un propósito, que el propósito procede del interés, determinado en gran parte por las necesidades, es la clave para el logro de la atención. Si un maestro quiere ganarse la atención de la clase, debe dirigir a sus alumnos en la realización de lo que han menester, y cuidar que mediante el estudio de la materia que deban estudiar, participen en las actividades de la clase, satisfaciendo así, aunque sólo sea en parte, sus menesteres. Este sentido de la necesidad acompañado de la convicción de que hay que asistir a la clase y participar en sus actividades, despertarán y mantendrá su interés y que ese despertado y mantenido interés, será la garantía de su atención.

Si un maestro conoce realmente los menesteres o necesidades de sus alumnos, individual y colectivamente, si domina al mismo tiempo su lección y está familiarizado con los principios didácticos y es perito en los métodos pedagógicos, no dude ni por un momento el tal maestro de que logrará el interés y la atención de sus alumnos. Es más, no tendrá necesidad de recurrir a métodos exóticos y artificiales para asegurar la asistencia y la atención.

Los maestros reclaman con demasiada frecuencia la atención de sus alumnos, situándose en un ángulo equivocado, de ahí la ineficacia de sus esfuerzos para enseñarles creativamente.

Si conscientes de que la atención les es indispensable para enseñarles bien, apelan a ellos sin rodeos y para conseguirla se valen de ciertos artificios o tretas. Pero no debieran hacer así, sino valerse de medios indirectos, con el pensamiento fijo en las necesidades de los alumnos y en la forma de alcanzar a realizarlas. A fin de obtener éxito en ese particular, han de suscitar en sus alumnos un vital interés en los trabajos de la clase y en la materia que hayan de estudiar. Con ese fin en vista, los alumnos tendrán que estudiar, ser puntuales, mostrarse ansiosos de participar en lo que se haga en clase, estar alerta, ser dóciles, y estar resueltos a no permitir ninguna interferencia en los esfuerzos del maestro para ayudarlos a aprender.

Es claro que este género de enseñanza requiere tiempo y esfuerzo, para leer y estudiar, y asistir a las reuniones de maestros de la iglesia y de la denominación. Requiere asimismo visión, consagración, energía, determinación y constancia, ya que no es posible llevar a cabo tal curso en cinco noches de estudio, sin embargo, es ese un curso que puede ser de mucha ayuda.

También es preciso vencer las dificultades y superar los impedimentos que pueda haber. Sí, porque el maestro de escuela dominical suele verse confrontado por dificultades que no tiene el maestro de las escuelas públicas. Por ejemplo, la asistencia a la escuela dominical es voluntaria, y las lecciones se imparten con intervalos de una semana, las materia que en ellas se estudia no son tan numerosas, y frecuentemente, no parecen ser vitales para las necesidades de los alumnos. Aparte de eso, tenemos lo limitado del tiempo y del equipo, que son a menudo serios impedimentos.

Pero sea cual fuere el grado en que ayudemos a nuestros alumnos en la formación de una personalidad semejante a la de Cristo, hemos de hacerlo de semana en semana, y buena parte de esa ayuda ha de prestarse mediante el material de la lección durante la clase.

Si hemos de atraernos su atención mediante el interés suscitado con motivos de la comprobación de necesidades específicas, tenemos que estudiar diligentemente y prepararnos semana tras semana. Pues por muy familiarizados que estemos con el asunto que hayamos de tratar, hemos de estudiarlo de nuevo, para dominarlo y utilizarlo convenientemente, planearlo cuidadosamente, para enseñarlo e ir a la clase preparados y anhelantes, con expectación y oración, conscientes de la presencia de Dios y revestidos de su Espíritu. Sólo así podremos despertar en nuestros alumnos el sentido de la necesidad, y suscitar en esa forma su interés, inspirar el propósito y asegurar la atención.