CAPITULO 9.-
D.- LA EVALUACIÓN DEL MAESTRO.-


Puesto que pesa sobre el maestro la responsabilidad de guiar a los alumnos en todas las actividades de la enseñanza, debe avaluar no sólo el trabajo del alumno, sino también su propia enseñanza, a mediada que los resultados se revelen en el progreso de los alumnos, y preguntarse: ¿Han resultado las actividades tan eficaces como yo lo esperaba cuando las planeé mientras las dirigía? ¿Fueron algunas de ellas extemporáneas e inapropiadas? ¿Hubo algunos procedimientos que podrían haber sido más eficaces de lo que fueron? Tal inventario debiera ocupar su asidua atención después de cada esfuerzo docente, y los resultados utilizarlos en planear el trabajo para la próxima clase.

La evaluación del maestro incluye no sólo la suya propia, sino también el diligente escrutinio de los resultados de las actividades de los alumnos, sugeridas bajo tres divisiones, de suerte que las actividades del maestro, al evaluar el trabajo de la clase, pueden considerarse bajo estas mismas divisiones.

1.- Hábitos y pericia específicos.- Habiéndoles propuesto a sus discípulos ciertos hábitos ponderables con la mira de que los cultiven, el maestro tiene que buscar la forma de averiguar si los cultivan en debida forma. Este tipo de evaluación se presta fácilmente para utilizarlo en hacerles preguntas y enseñarles ejercicios. En tales circunstancias, es posible observar la exactitud con que se contestan las preguntas y la rapidez y precisión con que realizan específicos actos de destreza, también es posible notar las dificultades. Los resultados que se obtengan nos indicarán otras actividades adicionales que se presten para un más amplio desarrollo de la ambicionada pericia.

En años recientes, se han inventado numerosos objetivos o nuevos tipos de pruebas o exámenes para uso de las escuelas públicas. Cuando se las usa convenientemente, esas pruebas ofrecen muchas ventajas, y hasta llegan a ser muy interesantes para el alumno, como quiera que los resultados se pueden fácilmente verificar y computar. En efecto, el alumno suele participar a menudo en la verificación y cómputo de tales pruebas.

Ciertos alumnos fueron sometidos a un examen que constó de dos partes. La primera se realizó casi al principio del año, durante el período de una clase, y la segunda, casi al final de ese mismo año. Ninguna pregunta de la primera prueba figuró en la segunda, pero se comprobó en ambas que los alumnos seguían luchando con las mismas dificultades en sus estudios. En la primera prueba, se dividió a los alumnos por grados, y se anotaron los resultados obtenidos en ella. Luego se hizo lo mismo en la segunda, y de esa manera pudo saberse si habían no progresado en conocimientos bíblicos durante el año.

2.- Inteligencia.- Aquí encontramos de nuevo que las preguntas son utilísimas para evaluar el trabajo del alumno. Pero esas preguntas han de ser esencialmente distintas de aquellas que tienen por objeto apreciar el grado de retención de los hechos. La facultad de inventar preguntas debería cultivarse para lograr respuestas que revelen si el alumno ha cultivado la apetecida inteligencia. Como adición a las preguntas, habría que arbitrar los medios requeridos para que el alumno ejercite su inteligencia en determinados casos.

Si el examen demostrase que la inteligencia del alumno es obtusa y confusa, el maestro deberá recurrir a otros medios para aclarar el sentido.

3.- Actitudes.- Así como la provisión de medios para el cultivo de las deseables actitudes es lo más difícil que hay en el proceso de la enseñanza, así también el proveer los medios de averiguar si se han cultivado esas actitudes es lo más difícil en el proceso de la evaluación.

El maestro presupone con demasiada frecuencia que la prueba de haber cultivado hábitos, destreza e inteligencia ya es suficiente garantía de que se han logrado las ambicionadas actitudes. Pero no es así. En efecto, muchas personas hay que aunque pueden repetir con presteza y exactitud las doctrinas esenciales de la Biblia y dar pruebas de que han entendido las generalizaciones que suponen, todavía carecen de las actitudes apropiadas para observar una firme conducta cristiana.

Pedirle a un alumno que manifieste cual es su actitud con relación a determinada situación, puede ser útil, pero eso no es suficiente para determinar lo que sea esa actitud.

El Maestro de los maestros reconoció eso y nos dio claras e inconfundibles enseñanzas al respecto. He aquí como se expresa:

“Y guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros en pieles de ovjeas, mas interiormente son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.
No todo aquel que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos”.

Por consiguiente, la prueba que corresponde hacer tocante a una actitud determinada, es la de averiguar cómo se porta un sujeto cuando se halla frente a una situación en que la actitud es factor preponderante.

Una de las tareas propias del maestro es la de observar la conducta de sus alumnos en todas las manifestaciones de la vida. De ahí que deba preguntase: ¿Es este aluno reverente? Por lo pronto, conviene que tenga claro sentido de la reverencia y que pueda definirla y citar si un alumno es o no reverente es la de averiguar cómo se conduce en la casa del Señor. Por ejemplo, ¿qué hace cuando el pueblo de Dios se halla reunido para adorar a Dios? ¿Asume habitualmente una reverente actitud mientras se ora en la iglesia? en el supuesto de que el maestro confunda el discreto silencio con la reverencia, convendrá hacer periódicamente un cuidadoso examen acompañado de algunas advertencias respecto a otros géneros de actitudes, a fin de que el maestro pueda formarse una buena apreciación del grado que haya adquirido el alumno en la anhelada actitud.

En años recientes, se han hecho numerosos esfuerzos tendientes a realizar pruebas uniformes de las actitudes. Algunas ya se las usa ampliamente en las escuelas públicas. Muchas de ellas son útiles y bien las pueden estudiar los maestros de escuela dominical.

Entre esas pruebas las hay también que tratan de los problemas morales o éticos, y se llaman “pruebas de discriminación ética”. Las que revelan lo que piensan los alumnos acerca de la doctrina y la enseñanza religiosa se llaman “pruebas del concepto religioso”. También las hay tocante a la conducta, que se hacen para averiguar qué género de conducta suelen observar los alumnos en determinados casos. Sin embargo, sea como fuere, los exámenes minuciosos de un maestro dado a la oración son casi tan fidedignos como los que se han hecho hasta el presente.